Castillos

El castillo era el epicentro del dominio de la tierra que, como la aristocracia, se ha convertido en una figura de otros tiempos, parasitada en sus atribuciones por la burguesía. De aquí que, en el mismo momento en que la aristocracia era barrida u obligada a rendirse durante el siglo XIX, apareciera una visión de los castillos que pasaba por dos extremos opuestos: la idealizada y maravillosa del castillo romántico y la espantosa ruina gótica, habitada por fantasmas congelados en el tiempo que, como los derrotados aristócratas, ya sólo pueden repetir ritos vacíos de valor tradicional.  Es un proceso análogo al que ocurre hoy con la desbocada idealización de la masía y la vida campesina, en un momento en el que toda vida humana se está forzando a articularse en megalópolis aplastando al individuo y el colectivo sometido a alienación y sedación.

A pesar de ser un espectro sin contexto, como un viajero del tiempo que habla un idioma que nadie entiende, hoy el castillo aún va aparejado de emociones románticas con nociones de gran valor histórico. Y aún es un personaje vivo de los cuentos populares. Hasta hace poco se decía que los castillos eran lugares en los que encontrar tesoros ocultos guardados por encantados, donde se libraron batallas que tal vez nunca sucedieron, donde aún resuenan los gritos de los asediados y los pasos de fantasmas tristes que no podrán recuperar aquello que poseyeron.